William Adolphe Bouguereau

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lunes, 29 de abril de 2013

LAS CRÓNICAS DE LA REBELIÓN MORISCA - MEMORIA DE GUERRA Y VIDA



Javier Castillo Fernández, Archivo General de la Región de Murcia
A Felipe II, conocido como “el rey prudente”, nunca le gusto que se escribiese, -y aun menos que se publicase- sobre su reinado. Al menos hasta que le hicieron ver la trascendencia que había alcanzado la divulgación de hechos históricos recientes y su influencia en la opinión pública. Pero para entonces ya era tarde, pues los impresos de los rebeldes holandeses habían ganado la guerra de la propaganda y se había comenzado a fraguar leyenda negra contra el monarca mas poderoso del momento.
Los acontecimientos ocurridos en el Reino de Granada entre la Navidad de 1568 y la primavera de 1571,cuando un puñado de campesinos moriscos enriscados en las montañas penibéticas pusieron en jaque a los ejércitos mejor preparados del mundo, lograron en breve tiempo una enorme repercusión nacional e internacional, a través de todo tipo de noticias, relaciones e informes diplomáticos. Sin embargo, ninguna historia dedicada en su totalidad a narrar el conflicto vería la luz, al menos de forma legal, hasta después de la muerte de Felipe II.
Y es que, además de la oposición de una recelosa Corona, no hubo nada de glorioso y en eso estuvieron de acuerdo todos los autores que se acercaron al tema en la guerra de Granada, porque se trataba de relatar algo realmente indigno: el genocidio y destierro de un pueblo, una auténtica operación de limpieza étnica. Ni Hurtado de Mendoza, ni Mármol Carvajal ni Pérez de Hita, los tres narradores más emblemáticos del conflicto, sintieron el orgullo de los vencedores. Incluso, como ya mostrara el contemporáneo Ercilla en su Araucana <<poema épico que narra el sometimiento de una indómita tribu chilena por los españoles>> en ocasiones revelan cierta identificación con los vencidos.
Asombra comprobar cómo un suceso puntual, aunque de resultados traumáticos para el Reino granadino, generó una trilogía de tal diversidad y calidad histórica y literaria, sólo comparable al amplio ciclo de los cronistas de Indias. Episodios contemporáneos, como las interminables guerras imperiales en Europa, más extensa y prolijamente tratados, no cuentan con nada semejante. En cualquier caso, lo más recomendable es acercarse de primera mano a estos tres magníficos libros, auténticos testimonios del final de un pueblo orgulloso y oprimido.
Diego Hurtado de Mendoza y su «Guerra de Granada»
Hijo del famoso conde de Tendilla, primer capitán general de Granada, Hurtado de Mendoza nació en la Alhambra hacia 1503. Dedicado como era tradición familiar, al servicio a la Corona, ejerció diversos destinos militares y diplomáticos, especialmente en Italia, donde entró en contacto directo con el Renacimiento durante los más de veinte años que residió en aquel país. De hecho se considera a Don Diego como el autor más renacentista de la literatura española, tanto en su obra poética como en prosa. Caído en desgracia ante el emperador Carlos V, regresaría a España hacia 1554, ocupando empleos impropios de un aristócrata, como abastecedor de las flotas del Cantábrico. En junio de 1,568 protagonizaría un enfrentamiento armado en palacio con un cortesano, lo que le valdría a ambos sendas penas de prisión y destierro. Tras ocho meses recluido en Medina del Campo se produciría una afortunada circunstancia: Felipe II decidió enviarlo a su ciudad natal, Granada, donde su sobrino, el marqués de Mondéjar, acababa de ser destituido y reemplazado por el joven don Juan de Austria, tras fracasar en su intento de aplacar la revuelta morisca.
Don Diego, ya anciano, apenas participó en acciones de armas. Recluido en el Generalife, recibía noticias de los acontecimientos por medio de testigos directos, informes oficiales y de la infinidad de rumores y libelos que circulaban por una ciudad encogida por el miedo. Así fue pergeñando uno de los relatos más bellos, amargos y desgarradores de este inhumano conflicto, apenas ideado como un entretenimiento o un borrador que nunca concluyó. Mendoza, enfermo, conseguiría a la postre el perdón de Felipe II y el alzamiento de su destierro, a cambio de legar al monarca su famosa biblioteca de manuscritos latinos, griegos y árabes, que sería el germen de la magnífica librería del monasterio de El Escorial. De regreso a Madrid, fallecería en agosto de 1575.
El manuscrito de la Guerra de Granada quedó inconcluso, pero se supo enseguida que su contenido era muy crítico con la caótica actuación de las distintas autoridades (Chancillería, marqués de los Vélez, consejeros de don Juan de Austria…) a la hora de aplacar el conflicto. Debido a su contenido lacerante no sería dado a la imprenta hasta casi sesenta años después (Lisboa, 1627), ya en el reinado de Felipe IV, lo que no impidió que durante ese tiempo corriesen infinidad de copias y que la obra fuese muy conocida. Casi todos los autores coetáneos y posteriores que se ocuparon de la guerra granadina utilizaron o sencillamente plagiaron a Hurtado de Mendoza. La obra, tal como se conoce hoy <<pues no se ha localizado el manuscrito original>>, se inicia con una breve introducción sobre la conquista de Granada por los Reyes Católicos y los sucesos anteriores a la rebelión de la Nochebuena de 1568, para acabar bruscamente en enero de 1570. Faltan, por tanto, todas las últimas campañas militares y la expulsión de los vencidos; partes añadidas posteriormente por continuadores y editores.
Don Diego emuló en su obra a historiadores clásicos como Salustio o Tácito: puso discursos en boca de los principales protagonistas <<destaca el bello lamento de los abusos cristianos que desgrana el líder morisco El Zaguer>>, realizó vívidos retratos morales de personajes como el rey rebelde Aben Umeya <<al que elevó a la categoría de mito>>, el ambicioso e intransi­gente presidente de la Chancillería, Pedro de Deza, el vanidoso marqués de los Vélez o los distintos consejeros de don Juan de Austria, describió diversas ciudades y mostró su erudición en amplias digresiones sobre antigüedades y costumbres, etimologías de palabras árabes y castellanas, citas de autores islámicos y griegos… Se sabe que incluso concibió escenas de un gran dramatismo imitando pasajes clásicos, como el impresionante relato del hallazgo por el ejército del duque de Arcos en Sierra Bermeja de los restos de las tropas de don Alonso de Aguilar, aniquiladas setenta años atrás en la anterior revuelta morisca, que no es sino una extrapolación de la sepultura dada a las legiones de Varo, masacradas en el bosque de Teoteburgo (Germanía) en el año 9 a. C., por los soldados de Germánico veinte años más tarde, según se recoge en los Anales de Tácito.
La Guerra de Granada, a pesar de las diversas repeticiones, errores y saltos cronológicos y de su, a veces, denso y oscuro estilo, posee sin embargo un gran dinamismo y una trepidante narración, con descripciones muy gráficas, conseguidas con breves pinceladas. Se trata de una obra donde prima más lo literario que la narración histórica, de ahí su prolongado éxito a lo largo de los siglos. Uno de los principales méritos tradicionalmente alabados en Mendoza es su libertad y supuesta objetividad a la hora de criticar la rivalidad entre las autoridades granadinas <<para él sin duda la causa generadora de la guerra>>, la opresión sobre los moriscos, la corrupción de los oficiales o la codicia sin límite de las tropas cristianas. Sin embargo, siendo esto cierto, no se puede olvidar que estamos ante un autor, desterrado por su rey y caído en desgracia, que veía cómo su familia, hasta entonces todopoderosa en Granada, perdía su poder, su dominio sobre la comunidad morisca y sus cuantiosos privilegios, frente al avance de una administración central, compuesta por funcionarios y letrados, ejemplificada en la Real Chancillería.
Don Diego, fajado en asuntos diplomáticos, prestó más atención a la alta política y a sus conflictos internos que a narrar la rebelión en sí, a la que quizás toma como pretexto para plantear un modelo general sobre las pasiones humanas <<la envidia, la codicia, etcétera>> y para abordar un ensayo de historia clásica adaptada a una lengua moderna.
Luis del Mármol Carvajal y su «Historia del rebelión y castigo los moriscos»
Mármol, nacido en Granada hacia 1524, era hijo ilegítimo de un funcionario judeo-converso de la Real Chancillería y se desconoce, quién fue su madre; hay quien asegura que era morisca. Siendo muy joven se enroló en las tropas destacadas en el norte de África, cayendo cautivo de los sultanes de Marruecos de los que fue esclavo casi ocho años. Durante más de dos décadas recorrió todo el Magreb, desde Marruecos a Egipto, llegando por el sur hasta Mauritania. Su espíritu aventurero y observador de geografía y las costumbres le llevan a recopilar una valiosísima información que vertería años después en su monumental Descripción General de África (1573 y 1599). Tras un período en las guarniciones del sur de Italia regresaría a España hacia 1.564. Cuando estalla la guerra se traslada a Granada como interventor y abastecedor del ejército, siguiendo las principales campañas. Al final del conflicto estuvo temporalmente en la cárcel acusado de malversación, de la que sería absuelto en 1574. Instalado en un despoblado Albaicín, allí entabló amistad con interesantes personajes como el intelectual morisco Alonso del Castillo y concluyó su obra africana, al mismo tiempo que iba elaborando una narración del reciente conflicto granadino. Al poco se trasladaría como «nuevo poblador» a la pequeña localidad malagueña de Iznate, donde fijó su residencia. Tras diversos intentos fallidos de convertirse en traductor regio, embajador ante el rey de Marruecos o cronista real, conseguiría un empleo como administrador de la Real Hacienda en el distrito de Málaga, ciudad donde publicó su Historia del rebelión <<así, en masculino>> y donde debió de fallecer a finales del año 1600.
La obra de Mármol ha sido considerada de forma simplista como el reverso de la historia de Mendoza. Es decir, una aburrida y prolija crónica, escrita por un autor sin méritos literarios y encargada por la Corona para contrarrestar las críticas vertidas en el manuscrito de don Diego. Esta visión no se sostiene en la actualidad, ya que la primera versión de la Historia del rebelión, de 1571, es anterior a Guerra de Granada. Su autor no era un soldado ágrafo, sino una persona con una profunda experiencia vital, gran observador y voraz lector, que se interesaba en recopilar todas las fuentes a su alcance <<orales, arqueológicas, documentales y literarias>> para fundamentar su producción histórica. Su libro, dividido en diez extensos tratados, es mucho más que el mejor relato del conflicto. Es una fuente autorizada e imprescindible para el estudio de la historia del Reino de Granada desde la Edad Media, labor a la que dedica casi un tercio de su obra, analizando las causas profundas de la sublevación. Al mismo tiempo, estamos ante el mejor repertorio geográfico de dicho reino hasta el momento, con impagables descripciones de las regiones recorridas o de diversas ciudades <<destacando la de Granada, a la que dedica ocho capítulos>> y una valiosísima información sobre el hábitat rural y la toponimia morisca. Mármol fue pionero en el uso de la información de archivo: en su obra se publicaron por vez primera documentos tan emblemáticos como las capitulaciones para la entrega de Granada, el famoso memorial de Núñez Muley, en el que defendía la identidad cultural morisca, o una colección de cartas en árabe incautadas a los rebeldes. Su otro gran caudal de datos, además de su experiencia personal, fueron los testimonios orales: encuestó e interrogó a leales y rebeldes, tomando nota de los más nimios detalles para otorgar a su relato la ansiada verosimilitud de la primera línea de fuego.
El autor supo describir con maestría <<debido a su acrisolada experiencia militar>> las estrategias de cada uno de los bandos (batallas campales, acciones de comando, emboscadas…), a los líderes y sus estados mayores, el limitado apoyo norteafricano y otomano a los rebeldes, las matanzas en ambos bandos o el papel de los espías, renegados, colaboracionistas y traidores. Todo ello en un lenguaje sencillo y pulcro, tremendamente eficaz en la narración. No obstante, se sabe que se inspiró en el manuscrito de Mendoza para la concepción general de su relato, y que incluso copió pasajes a la letra, pero superó a aquél en cuanto a unidad, estructura, fidelidad de los datos, extensión <<es la única obra que contiene todos los escenarios y acontecimientos>> y orden cronológico. También es cierto que evitó juzgar a los dirigentes cristianos, aunque sí fue muy crítico con los atropellos y saqueos de sus tropas, e incluso que dulcificó o eludió comentar hechos lamentables, pero en aquel contexto ¿quién se atrevía a cuestionar al monarca más poderoso del mundo? Tampoco contaba él, un simple funcionario y además bastardo, con la alcurnia y el prestigio de un aristocrático Hurtado de Mendoza.
Pero lo más interesante de su libro es, sin duda, la información sobre la comunidad morisca granadina. Gracias a su fino olfato sociológico desentraña las tensiones internas de la minoría, para descubrirnos que no nos encontramos ante un grupo homogéneo, pues los moriscos ricos del Albaicín no tenían los mismos intereses y expectativas que los pobres moriscos alpujarreños, y que estas discordias fueron causa, determinante de su derrota final. Mármol se revela, en definitiva, como un conocedor de la nación morisca y un admirador de la cultura arábigo-española, lo que no le impide rechazar la religión islámica y sobre todo, no perdonar la deslealtad de los rebeldes hacia su rey.




Ginés Pérez de Hita y su «Segunda Parte de las Guerras Civiles de Granada»
Pérez de Hita <<o de la Chica como se llamo inicialmente>> era un maestro zapatero nacido hacia 1537 en alguna localidad murciana. Durante algunos años residió en la villa almeriense de Vélez Rubio, conviviendo, con su población morisca. Al estallar la guerra se alistó en las milicias lorquinas que cruzaron la frontera granadina al mando de don Luis Fajardo, marqués de los Vélez. Su participación en el conflicto fue intermitente, aunque él afirme lo contrario en su libro. Además de su traba manual, era poeta, autor y empresario teatral de autos sacramentales, actividad que le llevaría a residir en ciudades como Lorca, Murcia y Cartagena. Se sabe que aún vivía a comienzos del siglo XVII pero no se conoce la fecha y el lugar de su muerte.
Hita planteó las Guerras Civiles <<culminadas en 1597 pero editadas en 1619>> como una continuación de su historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes, un relato a caballo entre la novela caballeresca y la narración histórica ambientado en la corte nazarí de Granada, que obtuvo un inmediato éxito en España y en Europa. Una misma fórmula pero con un resultado distinto: primacía del relato histórico sobre lo literario, aunque no escasean escenas moriscas de tipo costumbrista <<como los juegos organizados por Aben Umeya en Purchena>>, numerosos romances populares o fantásticas peripecias como la de El Tuzaní. El problema que la obra plantea a los historiadores es deslindar lo verídico de lo fabulado, lo que quizás y paradójicamente sea el principal mérito de su autor, que supo realizar una mixtura muy sugerente.
El libro, dividido en 25 capítulos, usa como fuente de información indirecta a Hurtado de Mendoza a través del poema épico La Austriada, del cordobés Juan Rufo, que versificó previamente el manuscrito mendociano. Hita también atribuyó emocionantes discursos a sus personajes y asimismo encuestó a todo tipo de protagonistas, cristianos y moriscos, a algunos de los cuales siguió la pista por su destierro castellano. Para describir algunos episodios que no presenció, como el cerco de Galera, utilizaría el detallista diario de campaña de Tomás Pérez de Evia, un alférez murciano amigo suyo. Las Guerras Civiles muestran ya en su título el desgarro que para Hita supuso la revuelta granadina: una lucha cruel entre compatriotas. Y es que estamos ante el autor más decididamente pro-morisco que, junto a la narración de las «hazañas» de las milicias murcianas, lamenta con tristeza las matanzas de mujeres y niños inocentes, se alegra por la huida de algunos supervivientes del saqueo de Galera o muestra una indisimulada simpatía por el valeroso personaje de El Tuzaní. Un poético y bello relato, en suma, de la cultura popular de los moriscos granadinos en su ocaso. 

Fuente:

http://www.ribatal-andalus.org/index.php/al-andalus/moriscos/2082-las-cronicas-de-la-rebelion-morisca-qmemoria-de-guerra-y-vidaq-.html

martes, 16 de abril de 2013

EL ORIGEN MORISCO DEL GAUCHO


Prof. R. H. Shamsuddín Elía
Los moriscos de a caballo por la Pampa
Las primeras corrientes moriscas se asentaron en el Río de la Plata durante los siglos XVI y XVII. Entre otras cosas, acercaron la cultura ecuestre y el origen de la palabra gaucho.
Nuestra tesis, fundamentada en una extensa y pormenorizada bibliografía, es que el gaucho tiene su origen en la civilización de Al-Andalus, la España musulmana (711-1492), cuna de los pueblos iberoamericanos, de la que recibimos legados como el idioma castellano en su versión andaluza, con el seseo (pronunciar un sonido silbante s en vez del sonido ce) y el yeísmo (que consiste en pronunciar la ll como la y: sonando igual en "llave" o en "yerba", tan común entre los rioplatenses), ambos de origen morisco.
Con la palabra moriscos se designa comúnmente a los musulmanes del reino nazarí de Granada (rendido por Boabdil a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492) que, tras la rebelión del barrio del Albaicín (1501), fueron obligados a convertirse al cristianismo. Esta denominación igualmente le sería aplicada a los mudéjares (del árabe mudayyan: "los que se quedaron", o Ahl ad-Dayn: "Gente que permanece, que se domeña"; por extensión, "domesticados", "domeñados"): los "moros sometidos" en los reinos hispanocristianos a partir del siglo XI, quienes disfrutaron de períodos de tolerancia bajo la égida de soberanos como Alfonso X el Sabio (1221-1284) y Pedro I el Justiciero (1334-1369). 
Éstos desarrollarían un arte que transformó los perfiles de la España cristiana y sería la base fundamental del llamado "arte colonial español" en América .Tras la fracasada rebelión de 1568 -ahogada en sangre por Felipe II y su hermanastro Juan de Austria-, la nobleza de España, más germánica que española, obsesionada por la "pureza de sangre" y el miedo a una sublevación de los moriscos apoyada por los turcos otomanos, presionó al rey Felipe III para que procediera a la expulsión masiva de los moriscos. La operación se llevó a cabo entre 1609 y 1614. 

Los moriscos entonces se asentaron en el Norte de África (Marruecos, Argelia y Túnez). Algunos se quedaron viviendo en España y Portugal, fingiendo ser cristianos nuevos o gitanos, pero permaneciendo fieles a la fe islámica. El resto emigró a América en similares condiciones de clandestinidad.
Los moriscos que vinieron a América llegaron mimetizados con los conquistadores y huyendo del estigma impuesto por el inquisidor. Aquí forjaron culturas ecuestres: la de los gauchos (Argentina, Uruguay y Brasil), huasos (Chile) y llaneros (Colombia y Venezuela), con múltiples influencias en la música, costumbres y estilos, desde el folclore argentino a la escuela tapatía mexicana. Éstas simbolizaron su fe, su tradición y sus tremendas ansias de independencia y libertad. También construyeron iglesias, catedrales y residencias mudéjares que todavía nos asombran, pequeñas Alhambras que tuvieron como magnífico marco una nueva y pletórica geografía acunada entre los Andes y el Caribe.
El tradicionalista y jurisconsulto argentino Carlos Molina Massey (1884-1964), que ha estudiado el origen del gaucho, se pregunta: "Los ocho siglos de conquista mora habían puesto su sello racial característico en la población íbera: el ochenta por ciento de la población peninsular llegada a nuestras playas traía sangre mora. El gaucho fue por eso como un avatar, como una reencarnación del alma de la morería fundiéndose con el alma aborigen en el gran ambiente libertario de América".
La etimología de la palabra "gaucho"
Entre el riquísimo y vasto legado andalusí también figura la palabra "gaucho". El jurisconsulto de origen francés y gauchófilo por excelencia Emilio Honorio Daireaux (1843-1916) hace esta reconstrucción: "En la época de las primeras poblaciones en América la dominación de los Árabes en España había terminado por la expulsión o la sumisión; muchos de estos vencidos emigraron. En la pampa encontraron un medio donde podían continuar las tradiciones de la vida pastoril de sus antepasados. Fueron los primeros que se alejaron de las murallas de la ciudad para cuidar los primeros rebaños. Tan cierto es esto que á muchos usos y artefactos allí empleados se les designa con palabras árabes, al pozo, palabra española, se le nombra jagüel, desinencia árabe, y a la manera árabe sacan los pastores el agua. Gaucho es una palabra árabe desfigurada. Es fácil encontrar su parentesco con la palabra "chauch" que en árabe significa conductor de ganados. Todavía en Sevilla (en Andalucía), hasta en Valencia, al conductor de ganados se le nombra chaucho".
Los descubrimientos de Federico Tobal
El primer gran teórico sobre los orígenes hispanoárabes del gaucho fue el jurisconsulto, escritor y periodista Federico Tobal (1840-1898). Dice Tobal: "El traje del gaucho no es más que una degeneración del traje del árabe y aún los dos hombres se confunden al primer aspecto. El chiripá, el poncho, la chaqueta, el tirador, el pañuelo en la cabeza y bajo el sombrero, no son más que modificaciones de las piezas del vestido árabe, pero modificaciones ligeras y que no constituyen un traje aparte como el nuestro europeo. (...) Todo en el gaucho es oriental y árabe : su casa, su alimento, su traje, sus pasiones, sus vicios y virtudes y aún sus creencias. (...) Interminable sería agotar esta tesis. Las cosas, los hechos y los accidentes de relación que constatan el origen se ofrecen por doquiera. La semejanza es tan viva que basta la más ligera atención para percibirla. Ella nos sigue como la sombra sigue al cuerpo y va estampada hasta en la etiqueta (...) Por mayor que sea la indolencia en que haya caído el gaucho, carecerá de árboles o de huerto su hogar, pero no carecerá del pozo que es la cisterna (jagüel o aljibe) para las frecuentes abluciones, alta necesidad de sus costumbres que se nota especialmente entre los pueblos paraguayo y correntino y que no es ciertamente de origen indio".
Los gaúchos del Brasil
Con el devenir se fueron sumando los investigadores que acreditaron la estirpe andalusí del gaucho. Manoelito de Ornellas (1903-1969), por ejemplo, un etnógrafo y estanciero brasileño, escribió a principios de la década de 1950 varias monografías eruditas probando similares carismas en el gaúcho riograndense.Y es que el gaucho moruno nunca fue una exclusividad rioplatense o de las pampas de Argentina, Uruguay y Brasil, sino de América toda, desde los valles de Chile hasta los praderas de California y México, pasando por los inmensos llanos del Orinoco en Colombia y Venezuela, con todas sus denominaciones afines e idóneas: el huaso, el llanero y el charro.
Los huasos de Chile
Así, como se puede comprobar la influencia árabe y morisca en los gauchos de las pampas argentinas, uruguayas y brasileñas, también se comprueba "en la vestimenta y atuendo del huaso chileno, en la ornamentación de sus estribos y espuelas pletóricas de arabescos, en su forma de cabalgar "a la jineta", en sus juegos y alegrías, en el romance español conocido de "corrido", al igual que en el Andaluz. 
Una curiosa "jarcha" de la última estrofa de una muwashshaha (moaxaja) del cancionero árabe popular del siglo IX, que se encuentra en la compilación y restauración realizada por el profesor Sayed Ghazi, en su obra "Diván de Muwashshahas Andaluzas", nos presenta el cuadro plástico coreográfico del hombre y la mujer en la cueca... La importancia de esta jarcha árabe consiste en ser parte de un conjunto de cantos y bailes populares, lo que nos haría suponer el origen árabe-andaluz de la cueca. Al respecto cabe señalar que la etimología de la palabra cueca nos indicaría la posibilidad de un origen árabe de este baile: cueca, zamacueca y su viable conexión con el término árabe samakuk que origina el español zamacuco: malicioso, hombre rudo, nombre derivado del verbo árabe Kauka, que señala la acción seductora que realiza el gallo para conquistar a la gallina, que, coincidentemente, conllevaría el simbolismo de la cueca...  Otra muestra de la impronta de la cultura árabe en la nuestra lo constituye una gran variedad de juegos ecuestres practicados en la colonia, como lo son el correr de la sortija, las cañas, el juego de los patos, las carreras, y muchas derivaciones de éstos, magníficamente descritos en la obra de don Eugenio Pereira Salas, "Juegos y Alegrías Coloniales en Chile".
Una historia inédita pero perceptible
Al-Andalus fue una civilización privilegiada que se fundó gracias al mestizaje de múltiples pueblos y tradiciones. Desde un primer momento los bereberes y árabes musulmanes recién llegados empezaron a casarse con mujeres hispánicas (hispanorromanas, celtíberas, godas). El resultado es un tipo admirable de cultura que, propiamente debe llamarse andalusí. 
Cuando esos hispanomusulmanes fueron conquistados por sus vecinos del norte de la Península -transformándose primero en mudéjares y luego en moriscos- y forzados a emigrar, muchos vinieron a América en condiciones de clandestinidad. Allí se produciría un nuevo y generoso mestizaje, esta vez con las mujeres aborígenes, cuya culminación es el biotipo del gaucho, del huaso, del llanero, con sus señas moriscas, pero también con todas sus nuevas adquisiciones y originalidades propias de América.
Lo que queremos puntualizar aquí no es que los jinetes de las pampas o de los llanos fuesen de raza árabe, eso sería un error tan grande como decir que los andalusíes también lo eran (las razas no existen, sí los lenguajes y las culturas), sino que los gauchos, huasos, llaneros o charros eran portadores de una herencia que -muchas veces a pesar de ellos mismos- le marcaba pautas de conducta, de costumbres, de pensamiento.
Todas las citas y fragmentos que hemos venido enumerando hasta ahora nos demuestran fehacientemente, que no fueron los inmigrantes sirios y libaneses -mayormente llegados al Río de la Plata a partir de 1900- los primeros en señalar las señas mudéjares de ese biotipo de las pampas -consecuencia del mestizaje de indias y moriscos, o de la inmigración de moriscos de puro linaje como los maragatos, sino los argentinos de pura cepa o incluso los extranjeros, en su mayoría europeos, que tuvieron la fortuna de conocer en persona a los últimos gauchos que aún montaban a la jineta y usaban pañuelos como albornoces bajo sus sombreros.Las limitaciones de este artículo no permiten profundizar ciertos temas vinculados directa o indirectamente con los orígenes hispanomusulmanes de las culturas ecuestres de América. Uno es el caso de los moriscos en el Perú, como "las tapadas de Lima", que menciona el historiador y filólogo español Américo Castro (1885-1972), que dieron lugar a una riquísima cultura de mestizaje, y en México, donde el influjo morisco se proyectó desde Chiapas hasta las septentrionales costas de California. Otro es el profundo monoteísmo entroncado con la más pura tradición musulmana que trasunta el Martín Fierro, la "Biblia Gaucha" del poeta José Hernández, y las mil y una tradiciones mimetizadas en la cultura argentina que deberán ser develadas más tarde o más temprano.
El Origen del Gaucho
Muy al principio, ocurrió que los Conquistadores Españoles trajeron especialmente a la zona del Río de la Plata, numerosos Moriscos y Andaluces en general (mezcla de Españoles y Moros), como soldados Los Moriscos, eran los Moros de España y Portugal, cristianizados en su gran mayoría por la fuerza, pero en realidad eran falsos cristianos (les denominaban “cristianos nuevos”), ya que fingían para evitar persecuciones, discriminaciones, torturas físicas y psíquicas, expulsiones, y a veces hasta la muerte. Algunos pocos se convertían realmente al cristianismo. Podemos citar entre los principales Conquistadores que los trajeron, a Solís, Gaboto, Irala, Pizarro, Pedro de Mendoza, Jerónimo Luis de Cabrera, etc. Luego, sucedió que muchos de esos soldados Moriscos y Andaluces en general desertaron, por causa de injusticias, maltratos, mal pagados, y otros diversos motivos. Entonces ocurrió que huían a caballo al desierto, o sea a la inmensidad de la pampa Bonaerense. De allí, mucho después se extendieron por todo el país, pero andaban siempre de un lado para otro, esquivándole a las autoridades. 
Eso explica la vida seminómada forzada que tenían que hacer, los que resultaban de esa manera, los primeros gauchos, que tenían generalmente origen Hispanomusulmán, aunque sus descendientes paulatinamente se fueron haciendo cristianos. Era absolutamente necesario ese tipo de vida, para evitar ser aprehendido por los militares. 
Aparte de esa causa, téngase en cuenta también el origen árabe nómade de sus ancestros que vivían en el desierto del norte de Africa. De manera que había además una tendencia innata. No les costó mucho adaptarse a esa situación. A esos desertores del ejército, cosa que sucedió durante muchísimos años, se agregaron miles de Moriscos durante toda la colonización Hispánica, como se apreciará más adelante. 
No eran por lo tanto Españoles de la peor calaña, criminales, ladrones, asaltantes, extraídos de las cárceles de la península Ibérica. 
Aparte de los Moriscos mercenarios que querían huir del “infierno cristiano de la inquisición”, pueden haber extraído de las cárceles, soldados, militares, guerreros moros presos por la guerra con los Españoles Cristianos, pero eso nada tiene que ver con la “leyenda negra” sobre todo del imperialismo Británico, con lo cual pretendían desprestigiar a España. La consecuencia de esa leyenda negra recayó sobre el criollo y el gaucho, y hasta hoy se aprecia tal problema en nuestra Identidad Nacional, agregando a ello el marginamiento causado por los Gobiernos Unitarios del siglo XIX que tanto defendían lo Europeo y despreciaban lo nacional Argentino, incluso al gaucho, como ya se explicó en notas anteriores. Después, entre 1580-1585 y 1609, durante el reinado de Felipe II, el gran inquisidor de España, en la época en que se unió Portugal a España, huyeron de Portugal a América, principalmente a Brasil, miles de Moriscos. Estuvieron un cierto tiempo, y luego fueron expulsados justamente por ser falsos cristianos, huyendo a la parte norte del actual territorio que ocupa la Argentina. También huyeron muchos judíos “falsos cristianos”, pero éstos no escapaban a caballo por los campos, no hacían vida nómada, y fueron perseguidos en nuestro territorio, disparando continuamente de una región a otra, y a distintos países Sudamericanos, donde los volvían a expulsar una y otra vez. Hubo muchos de ellos que fueron encarcelados y hasta arrojados vivos a la hoguera de la inquisición en Lima, Perú (Libro titulado “500 Años de Historia Argentina”; Fundación de Ciudades; Dirección Félix Luna; Edit. Abril; Año 1988; Florida, Pcia. de Bs. As.). Pero esto es otro tema que no tiene nada que ver con el que tratamos en la presente nota (es solamente a manera de ilustración). Los primeros Moriscos que vagaban por la pampa, a caballo, por lógica se mestizaron con mujeres aborígenes.
Los que vinieron posteriormente, se mestizaron también con mujeres hijas de colonizadores Españoles, y algunos, con mujeres negras Africanas. 
¿COMO VENÍAN LOS MORISCOS? Veamos lo que dicen algunos libros como el titulado “Lucía Miranda”; autor Eduado Mansilla de García; Edición Año 1933 (págs. 113/114): Según el Gobernador del Río de la Plata, Diego Valdez, que informaba al Rey de España en los primeros decenios del siglo XVII, los traficantes de seres humanos traían en forma clandestina en numerosos navíos, muchísimos negros Africanos, Moriscos y también Judíos. Esas naves eran generalmente Portuguesas, pero había también Españolas, Inglesas y de otras nacionalidades, que merodeaban la costa Atlántica. Además, traficaban con los aborígenes, llevándose cueros y caballos principalmente, por sencillos cuchillos y otras mercancías, aprovechando a desembarcar “mucha de la gente perdida” de que habló Hernandarias (o sea los Moriscos). 
Por supuesto que esos traficantes les cobraban fuertes sumas de dinero a los Moriscos y Judíos para traerlos en los “barcos piratas”, y había funcionarios de Portugal, España y del Río de la Plata que cobraban coimas, haciendo “la vista gorda”. El tráfico humano ocurrió más o menos hasta 1810, y la prueba de esto está en que Manuel Belgrano y Vieytes, citaron este problema en los diarios de la época, como “El Telégrafo Mercantil”, “El Semanario de Agricultura y Comercio”, etc. 
El primero en ver a los Moriscos a caballo en la pampa y denunciar su presencia en nuestro país, fue Hernandarias, primer Gobernador del Río de la Plata (hasta 1618), quien escribe al Rey de España en 1617, diciendo que encontro’ muchos Moriscos (les decían “gente perdida”), que tienen su sustento en el campo, dedicados a las vaquerías (caza de vacas), “tendiendo a ser chácaras” (Hernandarias vivió entre 1564 y 1634 aproximadamente). Diego de Góngora, Gobernador del Río de La Plata, presentaba sus quejas al Rey de España, alertando “que se multiplicaban los Moriscos en la pampa, con el constante aporte de náufragos, desertores del ejército, aparte de los que venían en barcos clandestinos que los traían cobrando una buena cantidad de dinero”. A los Moriscos les decían en esa época, “Maturrangos” (y a los Judíos, “Matuchos”). Durante el reinado de Fellipe III de España fueron expulsados, entre 1609 y 1614, mucho más de 500.000 Moriscos dese país. Muchos huyeron a Marruecos, pero muchos aparecieron en ambas márgenes del Río de la Plata, para iniciar una nueva vida. Después de 1614, durante toda la colonización hispánica, siguió la afluencia de miles de Moriscos en el Río de La Plata. 
Fueron numerosos los escritores argentinos que reconocieron el origen Morisco directo y cercano del gaucho. 
EL GAUCHO Y EL ABORIGEN Son dos personajes completamente diferentes, aunque muchos gauchos tuvieran desde un principio o en el transcurso del tiempo, alguna mezcla con el aborigen, sobre todo en el siglo XIX (no olvidemos que había gauchos criollos puros, gauchos mestizos con el aborigen, y gauchos mulatos, pero no todos los criollos puros, mestizos y mulatos eran gauchos, como se explicó en notas anteriores. La mentalidad de unos y otros era completamente diferente. Igualmente el tipo de vida, usos y costumbres, la cultura (salvo algunos elementos que los gauchos asimilaron del aborigen, y algunos elementos que los aborígenes asimilaron del gaucho), etc. Mucho después de la independencia Argentina, se fue tergiversando -intencionalmente unos y por ignorancia otros- esa realidad que está bien documentada en nuestra historia, como para sepultar todo vestigio Morisco en nuestro gaucho y en nuestra población criolla en general, seguramente por un fanatismo religioso incomprensible de aquella época, y comenzó en cierto momento a rodarse la idea del origen exclusivo y directo del gaucho, del Español Cristiano (generalmente Gallego y Vasco) mestizado con el Aborigen, ignorando totalmente al Morisco, porque éste fue perseguido por la inquisición, y se quiso ocultar todo. Esa idea de mestizaje mencionada es totalmente falsa. Por supuesto que hubo también mestizos de Gallegos y Vascos Cristianos con Aborígenes, pero no originaron al gaucho neto de vida seminómada, o sea el verdadero gaucho motivo de este tema. También existieron los agauchados. No olvidemos que también existió el paisano o paisano gaucho, de vida completamente sedentaria, con otras costumbres y hábitos de trabajo, con otra mentalidad y completamente distinto al gaucho neto. No tenía el fanatismo por la tradición, la cultura gaucha en general, el concepto de la vida, de la amistad, del universo, etc., propio del gaucho neto de antaño. Tampoco era levantisco contra las autoridades y un sin fin de cosas más, que eran características de este último. Este tema ya ha sido desarrollado en notas precedentes.
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domingo, 14 de abril de 2013

BOABDIL, UN HOMBRE CONTRA EL DESTINO

Templete de Fez en el que se piensa que fue enterrado Boabdil. / JAVIER BALAGUER


Después de llorar por su ciudad aquel 2 de enero de 1492, cosa que muy seguramente no hizo, a Boabdil, el último rey de Granada, le quedaba aún mucha vida por delante. E intensa. De hecho, tras dejar su reino, en lugar de desvanecerse en la historia en una nube de lágrimas y melancolía, como correspondería a la leyenda romántica del desventurado y sollozante rey Chico (o Chiquito, para más guasa), Abu Abdalla Mohamed XII (XI, según nuevas investigaciones), llamado Boabdil en una corrupción cristiana de su nombre, pasó a ocupar un feudo en las Alpujarras y, tras morir su mujer, la famosa Morayma, marchó de allí en octubre de 1493 con un numeroso séquito y su madre, la irreductible y maniobrera Aixa, a Fez. En la ciudad marroquí, lejos de Al-Andalus, vivió como príncipe huésped del sultán hasta su muerte en 1533, 40 años después.
Según algunos testimonios, en contraste con el cliché de cobardica de la vieja historiografía acartonada, Boabdil habría ayudado corajudamente a su anfitrión en sus guerras, con las armas en la mano, e incluso habría muerto en batalla, de un lanzazo y una flecha. Destino llamativo para un supuesto pusilánime que ha enriquecido nuestro imaginario con su llanto y nuestra toponimia con sus suspiros.
Fuentes de la época sitúan su lugar de entierro en una musalla (zona abierta dedicada a la oración) junto a la Bab Sharia, la Puerta de la Justicia, de la medina de Fez, hoy conocida como la Puerta del Quemado.
Fiados en estas fuentes, apoyados en una profunda labor documental y con el objetivo de resolver uno de los grandes misterios de nuestra historia —el paradero de los restos del último rey de la Granada musulmana— y, al mismo tiempo, reivindicar a Boabdil, un singular equipo multidisciplinar formado por españoles y árabes ha comenzado ya a trabajar sobre el terreno en Fez. Y están seguros de que tienen a Boabdil al alcance de la mano.
La prospección arqueológica ha localizado dos cuerpos. La excavación está pendiente del permiso
A la cabeza del grupo figuran en curiosa alianza el cineasta Javier Balaguer, ganador de un Goya, y el famoso forense Francisco Etxeberria, exhumador de fosas de la Guerra Civil y perito en casos como el de los niños de Córdoba, Ruth y José. Balaguer y Etxeberria han estado en marzo en el supuesto lugar de enterramiento, donde el equipo ha realizado una prospección arqueológica con georradar. “Estamos seguros de que es el sitio”, afirma Balaguer. El cineasta explica que dentro de una antigua qubba, un pequeño templete cuadrado con cúpula que se preserva en la musalla, hoy un parque destartalado, han localizado dos cuerpos. “Creemos que uno es él, Boabdil, y el otro, un santón cuya memoria se ha preservado, Sidi Bel Kassem”. Balaguer señala que era usual enterrar a un hombre santo junto a los reyes para evitar la profanación.
El cineasta, que está realizando un documental sobre Boabdil y prepara también un largometraje de ficción, apenas puede contener su deseo de que comience la excavación “y que Paco pueda ver los restos”. Esta fase de la investigación se encuentra paralizada de momento, a la espera de nuevos permisos de las autoridades marroquíes. Balaguer avanza que la tarea de Etxeberria no será, en cualquier caso, fácil. “Los enterramientos musulmanes no dan muchas referencias, no hay ajuar, y los cuerpos están envueltos en un simple sayo”. Vamos, que Boabdil no aparecerá, si lo hace, con la espada del islam al cinto.
“En realidad”, apunta Francisco Etxeberria, “una de sus espadas jinetas (otra está en el Museo del Ejército de Toledo) se conserva en el Museo de San Telmo en San Sebastián. Siempre me ha llamado la atención. Es una curiosa conexión donostiarra de Boabdil”. Tras la toma de Granada, los Reyes Católicos entregaron esa espada a Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla y primer alcaide de la Alhambra. Su última propietaria fue Blanca Porcel y Guirior, marquesa de San Millán (descendiente del almirante donostiarra Antonio de Oquendo), que la donó al museo en 1940.
“Va a ser complicado”, advierte el forense sobre la identificación de Boabdil. “Dependerá mucho de la preservación de los restos. En las películas siempre se resuelve el caso, pero en la realidad no es así. Trataremos de tomar muestras de ADN para cotejarlas con el de los descendientes de Boabdil, que existen, pero puede que el ADN de los restos del rey se haya degradado por las condiciones ambientales. Vamos a ver”. Esos descendientes lo son por parte de la hermana del rey, que permaneció en España y a la que se le atribuye un hijo nada menos que de Fernando el Católico.
Inspección del forense Francisco Etxeberria en marzo del posible enterramiento de Boabdil. / J. BALAGUER
No es la primera vez que Etxeberria se enfrenta a restos de personajes históricos, pues ha estudiado, entre otros, los de Bermudo III de León, del siglo XI. Pero el forense encuentra especialmente emocionante la pesquisa sobre Boabdil, esa investigación tipo CSI, en versión rey moro, que “nos lleva a un mundo desconocido”. 
El cineasta subraya que, se encuentre o no a Boabdil, la investigación es una oportunidad excepcional para mostrar al verdadero personaje más allá del arquetipo. “Es una figura maltratada por la historia, escrita por los vencedores”, denuncia Balaguer. “Rindió Granada, sí, pero gracias a su decisión la ciudad se preservó. Boabdil habría sido así el responsable de que Granada no ardiera. Como Von Choltitz, incumpliendo las órdenes de Hitler, lo fue de que no ardiera París. El cineasta subraya que, de haberse obstinado el rey en la defensa de la ciudad, los Reyes Católicos la hubieran arrasado como hicieron en 1487 con Málaga, defendida a ultranza por las cimitarras de Hamet El Zegrí y sus gomeres negros. “Fue político, negociador, entendió que era absurdo prolongar la situación sin posibilidad de recibir ayuda”.
El equipo que busca a Boabdil trata también de contar su historia a través del punto de vista árabe, mucho más favorable al rey que el español, que lo ha desacreditado sistemáticamente. “Es triste que la mayoría conozca a Boabdil por una frase inventada dos siglos después, aquello de que su madre le dijo, “llora como mujer...”, etcétera.
El misterio de los restos del rey es la guinda del enigma del paradero final de toda la dinastía nazarí (y de la reina Morayma), que reinó entre 1237 y 1492 con 22 monarcas. Cuando Boabdil abandonó Granada se llevó con él los despojos de la mayoría de sus antecesores, los que estaban enterrados en la rawda, el cementerio real, de la Alhambra (en 1925 se encontraron las tumbas vacías) y, según todos los indicios, los reenterró en el cementerio musulmán (macáber) de Mondújar. Pero los restos no han aparecido. Excavaciones arqueológicas realizadas en el lugar apuntan a que las sepulturas de la dinastía nazarita fueron removidas durante la construcción de la carretera de circunvalación de la localidad en 1988, y los huesos de los reyes se encuentran hoy bajo el asfalto de la autovía de Motril. Más suerte parece haber tenido eldesdichado Boabdil.
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jueves, 11 de abril de 2013

DE NUEVO LAS MUJERES


Kim Pérez Fernández-Fígares
¿Mientras avanzaba a la vez la conquista, se casaron los repobladores, muchos seguramente varones solteros y recién hacendados, con algunas mujeres musulmanas, o tuvieron esclavas, e hijos de unas u otras, como suele suceder en las conquistas, donde los colonos necesitan mujeres, puesto que las de su tierra no se han ido con ellos La historia que conocemos es la historia de los varones; no suelen aparecer en ella muchos nombres de mujeres. Se sabe que el mismo rey que conquistó Toledo, Don Alfonso VI, primero se casó con la entrometida francesa Doña Constanza y luego con Doña Zaida, viuda de un hijo del rey poeta de Sevilla, al-Mutamid; Zaida, la mora, Reina de Castilla; su hijo Don Sancho, el único varón de Don Alfonso, si no hubiera muerto en Uclés, habría sido el siguiente Rey. ¿Cuántos castellanos, en el nuevo Reino de Toledo, seguirían el ejemplo de Don Alfonso VI?
Por supuesto, en ese mismo reino no era preciso ir muy lejos para encontrar a quienes tuvieran el árabe como lengua materna, diaria, casera e incluso notarial: los mozárabes, tan numerosos, tanto autóctonos como venidos de otras partes de Al Andalus. Las palabras arábigas que entraron en la vida de la casa, podían venir de las cautivas moriscas o de las familias mozárabes y de las hebreas, que también hablarían con frecuencia en árabe. Pero por ser las más olvidadas, quiero recordar ahora a aquellas cautivas y concubinas mudéjares o hebreas.
Nuestros nombres del ajuar (que en sí es una palabra de éstas), de los enseres que alhajaban (otra palabra) la casa y de algunas comidas son muy a menudo árabigos; hablo de la casa antigua, la casa castellana casi sin muebles, como mucho con sus estrados alfombrados con alcatifas (árabe) y llenos de almohadones (árabe), que era tan parecida a las andalusíes, y todavía más, dos siglos más adelante, de la casa andaluza, con sus paredes encaladas un año y otro por su dueña, en el estilo que todavía compartimos con Marruecos; repartidas en alcobas y algorfas o cámaras; adornadas con albendas y alahilcas, o colgaduras; con el zaguán como entrada, la barra del alamud en la puerta y coronadas por las azoteas; si las amas de casa hablaban en árabe, ésta es la explicación. 

¿Por qué en Castilla la Nueva, Extremadura, Murcia o Andalucía se dice o se decía aljofifa y aljofifar en vez de fregar, alfaca en vez de cuchillo, zafa o jofaina en vez de lebrillo, alcayata en vez de escarpia, taca o alacena, anaquel, acetre y además nombres más generales como la albanega o cofia, la alfarda o peto, la albadena o vestido, la alcandora, el mandil, los alamares, las arracadas, entre las ropas y el arreglo personal, los alfileres, las jaretas o las alforzas en la costura, los tabaques o canastillos, los azafates o bandejas para coloretes como la alheña, el alcandor, el alcohol o polvillo negro para los ojos, la alconcilla, y también cosas como la almohada, la alfombra, el almirez, la jarra, la albornía o taza, la alcarraza, la alcuza, el hornillo de barro o anafe, en el que podían hacerse comidas como la alboronía, o guisado de verduras, según una receta atribuida a Buran, mujer del Califa Harun al-Raschid, ¿el zulaque o cocimiento?, el alcuzcuz (conozco la receta del que se sigue haciendo en Castilléjar, de Granada), las albóndigas, las zahinas o gachas, las alejijas de harina con ajonjolí, el alfitete o sémola, los fideos de nombre mozárabe, los alfajores, las alcorzas de pasta dulce, los dulces muy delgaditos llamados alfeñiques y los buñuelos o alfinges o el almíbar? ¿No podríamos añadir los nombres de las flores de arriate, o de alféizar, los alhelíes, los azemines o jazmines, las azucenas, las plantas como la albahaca..., que adornarían también puertas y ventanas? ¿Es que los oían en casa de los vecinos mudéjares o moriscos, tan desdeñados, o es que se oía en la propia casa?
Cada campo de palabras árabes, en castellano, está vinculado a un oficio o profesión enseñada por mudéjares: a los alarifes o arquitectos, a los carpinteros, a los hortelanos, a los guerreros, a los marineros, a los alfareros... ¿por qué el campo de las palabras domésticas no estaría unido al oficio de ama de casa, que entonces sería muchas veces o morisca o mozárabe? Lo mismo que la cocina mexicana, supervivencia de la india, testimonia del mestizaje, la cocina andalusí, delicada y especiada, con sus sopas, sus gachas, sus migas, sus fideos, sus boladillos, sus carnes picadas, sus pescados, su aceite desde luego, ha sobrevivido entre nosotros (sobre todo en la repostería)

LOS AMORES
Pero es posible concretar algo más. "El Tizón de la Nobleza" lo escribió, en tiempos de Felipe II, el Cardenal Arzobispo de Burgos, Don Francisco de Mendoza y Bobadilla, enfadado porque se les habían negado dos mercedes a dos sobrinos suyos, por no ser "limpios de sangre", para demostrar que toda la nobleza castellana, aragonesa y navarra tenía algunas antepasadas o antepasados judíos o moriscos. Lo transcribe Antonio Domínguez Ortiz. 

El primer ejemplo que menciona es el de un caballero de Córdoba, que se convirtió en tiempos del mismo Alfonso VI y tomó el nombre de Hernando Alonso de Toledo, ascendiente luego de los Portocarreros y los Pachecos. Pero aparte de éste, el resto son historias de amoríos o de amores entre nobles señores y muchachas judías, ricas o pobres; marqueses que no se casan pero tienen varios hijos con sus queridas , o condes que se casan con quienes fueron sus esclavas; obispos señoriales, mantenedores de familias ocultas...Las pasiones de la sangre por encima de los prejuicios de la sangre. 

Haré una enumeración, para no volvernos locos, como hizo el propio Cardenal Mendoza. 
La primera historia es la que ya he mencionado. 
Dos. En fechas muy antiguas, los Pachecos habían entroncado con María Ruiz, una hija muy hermosa del rico almojarife judío Ruy Capón, que se convirtió porque se lo pidió Alfonso III, y esta descendencia fue tan numerosa que de ella "desciende toda la nobleza de España". 
Tres. Luego, Don Juan I de Portugal tuvo en Inés Fernández Estévez, hija de un capitán de la guardia, convertido de judío, al que llamaban el Barbón, a Don Álvaro, Duque de Braganza, de quien proceden por diversos enlaces las casas reales e imperiales de Europa y muchas casas nobles de Castilla. Del hermano de Inés Fernández, llamado Don Juan Mendo de la Guardia, descienden otras casas nobles. 
Cuatro. Un hijo del Duque de Arcos, llamado Don Enrique, tuvo relaciones en Jerez con moras, judías y mulatas, de quienes tuvo hijos e hijas de quienes procedieron muchos caballeros de Córdoba, Sevilla, Jerez y toda Andalucía. 
Cinco. El Almirante Don Alonso Enríquez, con una morisca esclava suya, tuvo una hija natural, Doña Juana Enríquez, de quien descendieron más de diez casas con títulos de Castilla. 
Seis. El cuarto obispo de Cuenca, el dominico Fray Lope de Varrientos, tuvo una hija, Ynés de Varrientos, quizás con una judía cuyo nombre se desconoce; un descendiente suyo, Don Bernardino de Velasco, se casó a su vez con Doña Ynés de Zúñiga, hija también al parecer del abad de Paredes y de una conversa pobre de Alcalá de Henares, Doña Ysabel de Mercado. Don Bernardino tuvo al parecer otros amores con una hija natural de Don Juan Pimentel y de una esclava que supongo morisca, de los que nació la condesa de Ribadavia. 
Siete. Don Diego de Villaldrando, conde de Ribadeo, se casó con Doña Ana, una esclava suya, probablemente también morisca. El Príncipe o Emir de Tremecén, quizá cautivo de Don Pedro, el segundo Conde de Ribadeo, pidió el bautismo a la hora de la muerte y el Conde lo ahogó diciéndole que no se había de salvar en una hora siendo moro de tan mala vida, por lo cual la Reina Doña Ysabel lo tuvo preso, después de lo cual se casó con su hija, considerada esclava, que había tomado el nombre de Cathalina Rodríguez, y que murió a su vez sin hijos. 
Ocho. El Marqués de Alconchel, Don Fadrique de Zúñiga, no se casó, pero tuvo dos hijas de una esclava (¿morisca?) casada con un barbero, a las que casó muy bien, a una con un hijo del Marqués de las Navas y a otra con un Mayordomo de Felipe II. 
Nueve y diez. María del Caravito, ¿judaizante? confesa, de Salamanca, tuvo muchos descendientes con hábitos de las Órdenes Militares, lo mismo que del Regente Figueroa, que había sido nada menos que presidente del Consejo de las Órdenes y del importantísimo Consejo de Castilla se decía que era nieto de otra ¿judaizante? reconciliada de Zamora. 
Once. Del famoso Obispo de Cartagena, que había sido judío, Don Pablo de Santa María, y de su hermano, Albar García de Santa María, descienden también ciertos linajes, no tan brillantes. 
Doce. Don Rodrigo Pacheco, señor de Cerralbo, se casó con una hija de María de Castro, ¿judaizante? confesa; de ellos vienen los marqueses de Cerralbo, la octava de los cuales, Isabel Nieto de Silva Pacheco y Guzmán fue también octava abuela mía; los Pachecos seguían reuniendo sangre judía o mora. 
Trece. El Chantre de la Iglesia de Cuenca, que era villano o plebeyo, mantuvo una relación con Doña Estefanía de Villarreal, a quien se tenía por judía y humilde, de la que nació una hija natural, llamada también Doña Estefanía, que se casó, parece, con Don Luis de Mendoza. 
Catorce. Lope de Guzmán, de los Guzmanes de Toledo, condes de Valverde, se casó también con una humilde hornera toledana, Doña Francisca de Zúñiga, que se tenía por cierto que era morisca y confesa. 
Quince. Dicen que Don Alonso de Guzmán, Prior de San Juan y una confesa ¿judaizante o morisca?, natural de Consuegra, en su Priorato, tuvieron a Don Fadrique de Zúñiga, que se casó con María de Ayala, de donde proceden los condes de Fuensalida. 
Dieciséis. Mosén Pablo, médico convertido de judío, fue a Vizcaya y casó a sus cuatro hijas con cuatro casas muy ilustres. En este caso, no dice los nombres, y puede ser que porque una fuera la suya propia, la de los vizcaínos Mendozas. 
Diecisiete. Una tabernera de Madrid, hija de un judío convertido, fue la madre de Pedro Arias, contador de Enrique IV, de quien descienden los Condes de Puñoenrrostro. 
Dieciocho. El Rey Don Juan de Aragón y Navarra tuvo amores con una judía convertida y penitenciada en Zaragoza, llamada María de Juncos, apodada La Coneja, y tuvieron a Don Alonso de Aragón, de quien descienden los duques de Villahermosa, los duques de Albeyda, los condes de Guelves...Un duque de Villahermosa, Don Francisco de Aragón, se casó también con una hija de Zapata, judío muy rico, recién convertido. 
Diecinueve. Beltrán Coscón se dice, aunque hay dudas, que fue judío y trapero muy rico, y de él descienden las casas de Sástago y Camarasa. 
Veinte y veintiuno. Los Caballería de Zaragoza también eran judíos convertidos, y con ellos enlazaron muchas casas nobles, como con los descendientes de miser Marco, que se convirtió de judío, cuyo hijo, Felipe Clemente, fue reconciliado por la Inquisición de Zaragoza. 
Veintidós. De Don Juan de Autec, judío confeso, dice que desciende la mayor parte de los caballeros del reino de Navarra.
En fin, si esto era lo que sabía el Cardenal Mendoza en aquel superimponderable cotilleo, ¿qué sería lo que no sabía? Por cierto, esto demuestra también, lo digo en serio, una forma de transición entre el feudalismo de los grandes señores y el capitalismo de los judíos que no pudo sospechar un hijo de converso como Karl Marx. La transición por bodas.
Porque muy notable es que, en esta relación de enlaces de la clase más alta, de la nobleza, dieciocho son con linajes hebreos ricos, lo que podía convenir a las dos partes, enriqueciendo a una y ennobleciendo a otra, sin que en principio se supiera por dónde tomarían los hijos; aunque la verdad es que también hay matrimonios o hijos con judías pobres, por la fuerza de la carne, o acaso del amor; en siete ocasiones se menciona un enlace con moriscos, de los cuales sólo uno era varón y noble y las demás fueron esclavas: amantes, sea lo que sea lo que represente esta palabra. Tengo la noticia, que no he podido situar con precisión, de un pueblo extremeño donde vivió un señor que dejó mandas en su testamento para sus quince hijos (reconocidos, claro) y sus cuarenta mancebas...
Los pobres se casarían menos con hebreas de su clase, pues en este caso ni unos ni otras podían esperar una mejora de su situación que justificase la conversión; pero probablemente se juntaron o se casaron más con cautivas moriscas. Cualquier mozo castellano que hubiera sido mesnadero o luego soldado, podía haberse adueñado de una mujer en la guerra con los moros, como parte del botín. Esto es lo que hacían unos y otros: se mataba a los hombres y se cautivaba a las mujeres y los niños. Me figuro que habría una razón: en cada una de las naciones, tanto entre moros como entre cristianos, se daría una falta relativa de mujeres, porque la muerte por parto debía de ser frecuente; entonces, abundarían demasiado los mocicos o solteros, y la manera de colmar el vacío sería descomponer a la población rival. Si esto fue así, como parece, sistemático, nuestros ancestros andalusíes, olvidados en la línea materna, serían casi tantos como los norteños...
Kim Pérez Fernández-Fígares Licenciada en Historia, Ex-Ayudante de Historia Medieval de la Universidad de Granada.
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